Amb l’ajuda del Breixo, repassem alguns dels títols de gènere més importants d’aquesta edició del festival de Sitges. Zombis, slasher, rape-revenge… a més d’una de les grans estrenes que vam poder veure a l’Auditori. De nou, una bona collita de pel·lícules de nivell que defineixen a la perfecció què espera veure el fan de Sitges a un festival d’aquest tipus.
Revenge (Coralie Fargeat, 2017)
Las historias de rape revenge han sufrido un descrédito importante en los últimos tiempos. Lo que en su día se vendió como un giro feminista frente a los vehículos para machos del estilo de las películas de Charles Bronson, ha pasado a ser considerado un ejemplo más de mirada masculina que se recrea en un cuerpo femenino siendo vejado y humillado para dar luego rienda suelta a la venganza y al gore y hacernos así sentir bien con lo que acabamos de contemplar. ¿Consigue evitar estos tics la destilación postmoderna del género que hace Revenge? Me gustaría pensar que sí, que la directora, Coralie Fargeat, que además se ha llevado premio en Sitges, es muy consciente del terreno pantanoso que pisa, pero es difícil de decir.
La escena de violación, por ejemplo, está tratada con el horror necesario y a la vez respeta el cuerpo de la mujer, eso es indudable. El arco de la protagonista, además, está construido como uno de toma de conciencia y empoderamiento femenino con episodios épicos que levantan a la platea, como el de la auto-cicatrización. Sin embargo, hay varios momentos sueltos en los que la obsesión esteticista se diría que le juega una mala pasada y ese goce plástico que se deleita en el sufrimiento femenino va contra las intenciones de la realizadora. En todo caso, llega un momento que incluso el espectador más feminista comprende que Revenge se disfruta mejor apagando el cerebro y dejándose llevar por una montaña rusa de muerte que llega a su paroxismo en un clímax divertidísimo teñido de rojo y absurdo, que no decepciona. (Breixo)
Loving Vincent (Dorota Kobiela i Hugh Welchman, 2017)
Explicar la història personal de Vincent Van Gogh a partir de les seves pintures pot semblar, d’entrada, un recurs no massa original; una mica obvi, fins i tot. Però el que ofereix Loving Vincent va una mica més enllà. Aquesta producció britanicopolonesa no només pot presumir de ser el primer film d’animació pintat a mà de principi a fi, sinó que utilitza aquesta tècnica per a un propòsit narratiu que funciona molt bé: combinar les mirades alienes al pintor amb la seva pròpia. A Loving Vincent, sembla que el propi Van Gogh estigui “pintant la pel·lícula” en directe. De fet, moltes escenes són representacions animades de quadres reals seus; per tant, són moments que l’artista va viure de veritat. La presència de Van Gogh, doncs, és pràcticament tridimensional.
Seguint els passos d’Armand Roulin, fill d’un carter molt amic de Van Gogh, Loving Vincent recorre diversos escenaris i personatges que ajuden a entendre els últims dies del geni holandès. I ho fa amb unes pinzellades que omplen i es mouen per la pantalla de forma quasi hipnòtica, creant una animació que pot costar d’assimilar en un principi, però que acaba atrapant i resultant molt més veraç del que sembla. Com a toc negatiu, cal dir que la pel·lícula peca de repetitiva en l’estructura narrativa de les seves seqüències: Roulin visita un indret concret, troba un personatge li explica la seva experiència amb Van Gogh i s’introdueix un flashback per a il·lustrar-ho. A pesar d’això, no hi ha dubte que Loving Vincent completa amb èxit la genuïnitat de la seva proposta. (Martí)
The Cured (David Freyne, 2017)
Los zombis son uno de los géneros dentro del terror que más se prestan a la alegoría y la metáfora, y el caso de The Cured no es diferente. En la película, un grupo de infectados intentan reinsertarse en la sociedad irlandesa tras haber sido curados de su virus y son rechazados por aquellos que no son capaces de perdonar las atrocidades que cometieron. Al mismo tiempo que se encuentran cada vez más aislados, ellos mismo tienen que convivir con los recuerdos de esa barbarie, lo que los sume en una especie de estrés post-traumático. No cuesta ver en esta premisa un paralelismo bastante evidente con la difícil “reconciliación” que se da en zonas donde ha habido guerrillas o terrorismo a cargo de grupos armados al estilo del Ulster o Colombia.
La metáfora se desarrolla de una manera ejemplar gracias a unos personajes muy humanos a los que comprendemos en todo momento, incluso en su miseria, y a un tono pausado y comedido. Detrás de esta historia casi minimalista, late una calma tensa que nos va enervando poco a poco y que sólo se ve manchada por algunos toques de dramatismo familiar un pelín innecesarios para mi gusto. Por desgracia, toda esta minuciosa labor de construcción estalla en un tercer acto en el que The Cured recorre los caminos más trillados del género zombi con persecuciones e inocentes devorados, que si bien mantiene un buen nivel, se siente como una pequeña traición a la película que se había ido tejiendo hasta ese momento. (Breixo)
Tragedy Girls (Tyler MacIntyre, 2017)
El slasher como género siempre ha caminado por una fina línea: la de conseguir que nos identifiquemos con las víctimas o la de dejar que vitoreemos al asesino agresor. Con la evolución y el cansancio que llegó a producir el modelo, los grupos de adolescentes masacrados cada vez resultaban más odiosos y carentes de personalidad y los alicientes de estas películas pasaron a ser casi exclusivamente la brutalidad y divertimento de los sucesivos asesinatos. Por suerte, películas como Death Proof o The Final Girls han ido renovando el género al profundizar en unas figuras femeninas normalmente maltratadas para disfrute del espectador.
Tragedy Girls sigue esta estela con una nueva vuelta de tuerca, las adolescentes virginales se convierten aquí en unas serial killers con muy mala baba y una insaciabale sed de “likes” en sus redes sociales. En su primer tercio, la película consigue convertirse en uno de los mejores slashers de los últimos años, equilibrando a la perfección gore, estética, un humor muy fresco y unos personajes que en seguida te atrapan. Es una pena que un par de subtramas, curiosamente llevadas por hombres -una amorosa y otra relacionada con un asesino mucho más clásico- vayan ganando terreno hasta desembocar en un tercer acto y, sobre todo un clímax, que resultan a todas luces insuficientes y que dejan de lado la inventiva y la frescura que habían caracterizado la película hasta ese momento. (Breixo)
Brawl in Cell Block 99 (S. Craig Zahler, 2017)
L’inici de la filmografia de S. Craig Zahler com a director és d’aquells tan rotunds que fan respecte. A Bone Tomahawk ja va demostrar un gran domini dels cànons del western clàssic per a acabar deixant-nos amb la mandíbula al terra en uns últims minuts brutals. Ara, Brawl in Cell Block 99 repeteix relativament la fórmula, però trepitjant el terreny del thriller carcerari i concentrant-se bàsicament en un protagonista que duu el pes de tota l’acció. La pel·lícula té el seu principal valor en la construcció d’aquest personatge: des que perd la feina i descobreix que la seva parella l’enganya, fins que la seva vida fa un gir crucial quan és enviat a la presó. Un treball previ necessari per a conformar la nostra particular relació amb ell i acompanyar-lo en una segona meitat on tot es desferma fins a límits força arriscats.
Brawl in Cell Block 99 enllaça escenes i diàlegs que poc a poc van desgranant la personalitat del protagonista, que demostra ser força més imprevisible del que semblava. Les primeres seqüències amb la seva parella o inclús alguns intercanvis verbals que semblen més aviat de farciment acaben sent, a l’hora de la veritat, del tot rellevants per a entendre el personatge i les seves accions. Zahler sustenta la pel·lícula en això, i en portar-lo al límit quan es tracta de defensar allò que més estima i de combatre aquells qui han jugat amb ell. I funciona. Sobretot perquè, a pesar de la enorme duresa d’algunes imatges, no es percep cap provocació gratuita per part del director. La cruesa i el realisme encaixen, i fins i tot es poden considerar justificats tenint en compte el que ha de suportar el personatge. A pesar que es pot detectar alguna possible retallada en les dues hores llargues de metratge, Brawl in Cell Block 99 atrapa en tot moment gràcies a donar un pas més enllà respecte el gènere carcerari i a fer-nos partícips de les situacions extremes per les quals ha de passar el protagonista. (Martí)
Marlina the Murderer in Four Acts (Mouly Surya, 2017)
Marlina the Murderer in Four Acts es el segundo ejemplo de rape revenge dirigido por mujeres que hemos disfrutado en Sitges, junto con Revenge, y las dos hacen un programa doble de lo más curioso, ya que sus estrategias al enfrentarse a este tipo de historia, polémica y difícil, se dirían opuestas. Donde Revenge apuesta por una violencia plástica y loca, llena de indignación, Marlina the Murderer in Four Acts confía en un naturalismo pausado y unas pequeñas gotas de absurdo.
La mayor parte de la venganza se produce en el primero de esos cuatro actos a los que hace referencia el título. El resto de la película está mucho más interesada en mostrarnos, gracias a un trasunto feminista del viaje de “Quiero la cabeza de Alfredo García”, que esto es el pan de cada día para las mujeres de esta isla de Indonesia, eminentemente rural: tienen que enfrentarse solas no solo a las agresiones sexuales, sino a indiferencia, desprecio y un trato vejatorio constante que se vive con la mayor naturalidad. Hay algún pequeño altibajo de ritmo y algunas decisiones de los antagonistas que no se terminan de entender del todo (quizás porque nos falta conocimiento y contexto cultural), pero la fuerza y determinación de Marlina the Murderer in Four Acts y el vínculo que se establece entre ella y su vecina embarazada nos mantienen atrapados en un relato que, pese a su vocación de miniatura costumbrista, acaba resultando ser mucho más grande e importante de lo que pensábamos. (Breixo)
Mom and Dad (Brian Taylor, 2017)
Mom and Dad es podia considerar una espècie de revàlida dins del subgènere Nicolas Cage, després de l’enorme decepció que va suposar l’any passat la soporífera Dog Eat Dog. Les expectatives no eren difícils de satisfer: volíem veure Cage sobreactuant i perdent els papers. Poca cosa més. I així ha estat. L’absurda premissa de Mom and Dad, en què un estrany contagi entre pares i mares fa que aquests comencin a matar els seus fills, dóna els fruits esperats i genera una diversió gamberra que és carn de canó per al públic de Sitges. El director Brian Taylor desenvolupa 80 minuts suficients i funcionals, traient tot el potencial histriònic de Nicolas Cage i complint unes expectatives que, tot sigui dit, tampoc eren molt ambicioses.
La pel·lícula es riu constantment de si mateixa, però no arriba a convertir-se en una absoluta estupidesa. Cage aprofita per a eixamplar el seu mite, i Taylor sap jugar les seves cartes amb prou enginy per a no caure en la reiteració; fins i tot sorprèn traient gags de racons inesperats. El paper de l’assistenta de la família, per exemple, no té pèrdua. Mom and Dad no amaga mancances i certa simplicitat en la seva trama, però no hi ha dubte que apunta a una direcció i s’hi llança de cap. La pel·lícula inclús es reserva algun gir extra per a la seva part final, conscient que, si té el públic a la butxaca, ho acabarà de rematar. En plena consciència de quin tipus de cinema proposa, Mom and Dad es gaudeix de principi a fi. (Martí)